5 feb 2012

Hola a todos...

Y gracias por uniros al blog, a los nuevos y a los que estáis ahí desde el comienzo, llevo tiempo enfrascado en cosas triviales de la vida mundana, es por eso que tengo un poco abandonado el blog,
pero como habréis visto he puesto el segundo capitulo de "los cielos", en él damos un pequeño salto
en el tiempo, donde el nómada pueblo Dakamoriano encuentra con las huellas de los dioses.
El manuscrito como yo lo llamo, lleva cien páginas, ha habido momentos interesantes en su redacción, como si se tratase de escritura automática, como si las palabras ya estuvieran hai desde siempre, dormidas en mi cabezita, la verdad nunca pensé en que podría llegar a escribir tanto, y hay capítulos realmente memorables.
¿Alienigenas azules? si como en AVATAR, pero la idea de los Urleps, los dioses de Dakamoria es vieja, del 2003 mas o menos, es en la contraportada de mi comic Ceremonias del 2004, donde sale la primera imagen de los dakamorianos rojos y Urleps azules, un pequeño dibujo tipo flayer que anunciaba mi siguiente proyecto llamado travelers, del cual podéis ver algunas páginas en la Zona limbo, aunque en esas páginas tienen un tono mas grisáceo, la acción se situaba en la tierra con una invasión alienigena. a propósito, dicho comic Ceremonias, del cual podéis ver aquí algunas páginas del segundo numero que estaba preparando,tenia un titulo, el primer numero lo llamé Avatar, curioso, cosas del espacio-idea del que habla el señor Alan Moore, no se.
Nada que gracias por vuestros comentarios y para los que no hallan leÍdo el primer capitulo, hay alguien que lo ha colgado en la red.

22 ene 2012

LOS CIELOS DE DAKAMORIA


Capitulo 2, los vestigios de los dioses


Fue durante la séptima dinastía, cuando el gran regente del pueblo Dakamoriano, Saman, descendiente de sangre de Varanar. Cuando durante una cacería por la región de los paramos, encontró la esfera negra, hace mas de diez ciclos, seguido de sus más sabios guerreros.
No era nada que se asemejase a los vestigios de los antiguos templos de los viejos territorios, negra como la noche, y en ella, conocimientos y secretos aguardaban dormidos, solo disponibles a los descendientes de la sagrada estirpe de Varanar.
           Aquel día, cuentan las crónicas, que la luz de aquella mañana tenia un extraño color, allí estaba, en medio de un largo paseo de gentes, cerca de las antiguas ruinas de Sagot, donde se alzaban gigantescos pilares representando a los antiguos y primigenios dioses, donde, decían los mas viejos, que en ese lugar los antiguos realizaban rituales y grandes ceremonias a los dioses. Un lugar de poder, aunque  para los antiguos era más como un transito hacia una nueva conciencia. 
Allí estaba, flotando por encima del empedrado paseo, siseando, moviendo ligeramente la maleza que crecía entre las losas del suelo, fue el primero del sagrado linaje  en tocarla y  notar su poder, una serie de imágenes de un futuro lejano golpearon su cabeza, quedando aturdido y desfalleciendo de rodillas a los pies de la esfera, que levitaba y empezaba a moverse girando poco a poco con un zumbido muy tenue. Saman aún la tocaba ligeramente con sus dedos.
Al poco rato dejo de girar y Saman, con sus ojos amarillos abiertos de par en par vio algo mas que el glorioso destino se su raza. Él nunca dijo a sus hermanos todo lo que había visto en la esfera, solo los descendientes de Varanar compartirían la carga.
Giró la cabeza y miro a sus atemorizados hermanos y sucumbió ante la verdad, con el pelo movido por un extraño viento que procedía de las tierras bajas. Fue ese el momento del cambio. Los descendientes de los antiguos, de los primeros padres, evolucionarían para poder así quizás salvar su raza.
Los hijos de las estrellas habían bajado de los cielos y les habían dejado allí aquel sol negro lleno de secretos e sabiduría, les habían transmitido su palabra.
Pasado un tiempo y tras un largo cenáculo. Reunidos los  ancianos más sabios, los más grandes hechiceros y Saman, velado por su guardia Dakamoriana, instaurada por su padre durante la sexta dinastía. Decidió enviar a varios grupos de ciudadanos a explorar los viejos territorios hasta más allá de los grandes bosques negros, harían una prospección por toda Dakamoria buscando así la señal de los hacedores, para así poder establecer las futuras colonias del inminente imperio. Unas misiones que traerían tras de si descubrimientos importantes para su nueva y floreciente cultura, allí estaban esperándoles los vestigios abandonados por los dioses, esperando ser hallados por la nueva cultura Dakamoriana.
 
 
Zeon amigo desde la infancia de Saman seria el que haría el descubrimiento más importante. Habían pasado muchas lunas desde que partieron rumbo occidental, donde los antiguos casi no habían llegado, sus amigos dudaban del éxito de la misión, habían muerto tres de ellos en las ultimas noches por bestias que desconocían, pero llego un día, que tras atravesar los gigantescos bosques de Arnaceas, llegaron a un lugar llano de bosque bajo, con pequeños ríos serpenteando por la espesura, y allí, a lo lejos, vieron la mas extraña construcción que habían visto jamás.
Parecía una punta de flecha hecha en Argamita, de un dorado pulido que resplandecía como el gran escudo de Varanar, ni los antiguos templos se asemejaban a eso, sin duda aquello no pertenecía a su especie, alguien había estado antes allí, los mismos que dejaron “el sol negro” en los páramos.
Debían ser prudentes, pero algo le decía que allí, algún día, se alzaría la más grande ciudad de Dakamoria, seria el orgullo de todos, aquella “punta de flecha” seria el centro del destino de su raza, tenia un buen presagio, y la visión que había tenido en el bosque de Arnaceas gigantes le daba esperanza de un futuro merecedor para los suyos.
Dedicaría toda su vida a ello, Saman se lo había dicho, este le había contado parte de su visión, solo ahora le creía, por eso no temía al ver aquella inusual construcción, en cambio, las caras del resto de los exploradores era una ráfaga de sensaciones entre temor a lo extraño y diferente, curiosidad, miedo y respeto ante algo que solo podía pertenecer a los antiguos dioses hacedores
Los hechiceros eran ahora los hombres de ciencia, ellos serian los encargados de estudiar todo lo nuevo hallado para evolucionar, aprender, crecer como cultura y dar a todos los descendientes, el  más notorio destino que pudieran soñar.
Zeon, se aproximó a la entrada que tenia una forma similar a “la punta de flecha” tres franjas a los lados de la entrada con la misma forma puntiaguda y otra en el centro donde se representaban a antiguos y siniestros dioses, pétreos, con objetos desconocidos en sus manos, custodiaban la entrada del lugar con sus vacíos ojos de desaprobación, o eso eran lo que pensaban algunos de los asustados hombres de Zeon,  tres hechiceros iban detrás de este, estudiando con sus manos la piedra perfectamente pulida de los dibujos.
Uno de ellos, el mas anciano, creyó conocer uno de los tres dioses, era el del centro, curiosamente era el único que no podían tocar debido a la altura del pórtico, de pronto se abrió una puerta en dos partes con un silencio solo roto por el viento que salió de la estancia, los soldados agarraron sus armas de Argamita fuertemente escudriñando las paredes y formando un gran circulo alrededor del resto de componentes de la misión, solo Zeon iba por delante de ellos, esperando encontrar otra esfera.
Entonces apareció frente a ellos, levitando, pero esta era más grande que la esfera negra, Zeon sonrió tímidamente esperando recibir algún mensaje, entonces resplandeció, sumiéndolos a todos en una luz blanca.
 
 


Volvieron a casa con planes de colonización cercanos, llevarían a sus familias y establecerían contacto con el resto de las colonias fácilmente. Los hechiceros estaban exultantes de animo, habían descubierto grandes cosas en la punta de flecha.
El éxodo a los otros territorios sería un éxito, pronto se designarían las colonias, pero quedaba mucho trabajo por hacer, no iba a ser fácil entender todo lo que los dioses les habían cedido.
Las otras expediciones también trajeron buenas historias que contar a Saman, Korga-Nor brazo derecho de su padre cuando este regia los designios del pueblo, llegó desde las tierras altas y trajo varios artefactos dejados allí por los dioses, con los que podrían cortar la mas grande roca de Argamita que pudieran hallar. Toda una serie de descubrimientos extraños se transportaron de las diferentes misiones, misiones en busca de su pasado, su futuro y su identidad como especie.
 Antes de los primeros padres, de la primera dinastía y más atrás en el tiempo, los Dakamorianos ya habían sido grandes. Dignos de caminar entre dioses, volverían a serlo. Y los dioses que les habían entregado todo aquel conocimiento para ellos, volverían algún día quizás y estarían orgullosos de ellos.
Treinta lunas después, llegaron a casa, entonces Zeon tuvo una reunión con Saman en la casa de la primera familia, Zeon le contó con todo detalle lo que  allí encontraron, la gran esfera, las pequeñas ”punta de flecha” que rodeaban la pequeña ciudad, las cuales debían tener una curiosa utilidad, o eso creían.
Zeon concluyó con la proposición de regir él y sus hermanos  Golkarianos una de las colonias.
—He tenido una revelación Saman — Dijo Zeon.
—Tengo otros planes para tu futuro Zeon, recuerda que eres mis ojos cuando yo duermo, Melion llevará a las familias a la nueva colonia, te necesito a mi lado. Guiándome buen amigo.
— ¿Amigo?, no puedes hacerme esto Saman, yo nunca te he fallado, sé que es mi destino. Solo yo, podré levantar en aquel lugar la más grande ciudad que Dakamoria haya visto nunca, ¡no te lo permitiré! —Concluyó señalando a su rey, como si de una antigua maldición se tratase.
—Mide tus palabras Zeon, hijo de Calem —dijo Saman con una mirada inquisitiva. —Acaso te atreves a retarme, ¿o deseas invocar a “la sombra”? —Sus ojos comenzaron a volverse negros alrededor de sus amarillas pupilas.
—Señor, perdóneme, no se en que estaría pensando —suplicó, agachándose ante Saman con la cabeza inclinada.
—Levántate Zeon, por todos los dioses, si ese es tu destino, si esta escrito en las estrellas, que así sea. Creo que estas capacitado sobradamente para gobernar ese lugar, solo quería que explorásemos juntos nuevos lugares. Como cuando éramos críos, te acuerdas, como en las laderas del este, donde florecían aquellas flores verdes y amarillas, era increíble aquel sitio en los cálidos veranos de entonces, cuando el planeta hermano estaba mas cerca que nunca, parecía que podíamos llegar hasta allí con solo un pequeño salto, era hermoso, aquellos días parecían semanas —concluyó afligido.
—Ya nada volverá a ser como entonces…— Susurró.


—¿Estas bien Saman?, te noto extraño viejo amigo, ¿es que has visto algo más en la esfera negra?…¿Saman?... —Zeon se preocupó por su amigo, pese a las buenas noticias de las expediciones que iban llegando, nunca antes lo había visto de ese modo, ni cuando perdió a su hija a manos de uno de -los-que-nunca-duermen-. Alguien del pueblo dijo que había sido un Borg negro, pero hacia más de cien inviernos que no se veían Borgs por los bosques y mucho menos por su actual asentamiento.
Saman se giró hacia el ventanal de la sala de la familia donde veía al oeste ponerse el sol, con sus inconfundibles nubes verdes, amarillas y rojas con destellos anaranjados.
—El destino de la sangre, y del valor de nuestro pueblo esta en nuestras manos hermano, seamos pues prudentes, leales y actuemos con decisión y sabiduría en nuestros designios y decisiones. Sea pues, llevemos todos juntos a Dakamoria a la esperanza —Sentenció Saman, con una leve sonrisa en su rostro y se dieron el brazo como los viejos hermanos, una carcajada de complicidad brotó de ambos.
Un archivo cósmico, eso fue lo que Liu-Zor, hermana melliza de Saman, halló en las tierras bajas, encontró otra punta de flecha, rodeada por siete puntas de flecha mas pequeñas aquello parecía ser mas que un sitio de poder, por como estaban situadas las construcciones, un lugar de pensamiento y sabiduría extremos. El poder de los dioses otorgado a ellos, su especie maldita, en este pequeño mundo alejado de los grandes sistemas.
Un legado cósmico donde se encontraron con multitud de mapas de estrellas, con planetas comunes con el nuestro, llenos de vida. Toda una amalgama de gentes y especies hermanas de las estrellas. Grandes piedras de cristal verde, las cuales se podían ver a través de ellas,  brillaban dando información de dichas culturas, todo con una escritura  de símbolos que solo los hechiceros podrían intentar descifrar. Todo ello en una gigantesca sala, en el centro del enclave, donde se representaban un completo registro de dioses cósmicos creadores tallados en decenas de puntas de flecha de piedra blanca.
Liu-Zor sintió también algo especial, parecía ser que los jefes de las misiones no solo eran los adecuados, los elegidos, sino que daba la impresión que hubieran nacido para ello, llegar a ese punto sin retorno en sus largas y prosperas vidas. Era como si estuviese escrito.
Liu -Zor entonces se acercó al centro de la sala principal donde había una esfera blanca levitando sobre un suelo donde se reflejaban todos ellos en toda la gran sala como de un gran espejo se tratara, por un segundo se mareó y estuvo a punto de caer al suelo.
Allí estaba una esfera blanca, viendo pasar ante su pétrea mirada océanos de tiempo, ahora revelados a la descendiente de la sagrada estirpe, Liu-zor se arrodilló rindiendo respeto ante el  arca que los dioses le habían otorgado.



La tocó con suavidad esbozando una inquieta sonrisa, de pronto la esfera comenzó a brillar de un verde cegador, los guerreros que acompañaban a la hermana de Saman mojaron sus dedos en los frascos que llevaban en sus cintos y comenzaron a pintar sobre sus rostros distintos símbolos de guerra, sin perder de vista la esfera y a su protegida.
— ¡Alto!, ¡dejad las armas en el suelo! —Ordenó Liu-Zor a los Golkarians.
             Todos sin excepción postraron sus armas sobre el suelo del templo, el cual ya no parecía un cristal-espejo, comenzó a parecer el típico suelo empedrado de los templos de los viejos territorios.
Liu-Zor  se giró y miró a sus hermanos,  de pronto un ruido comenzó a oírse en todo el recinto, por las paredes comenzaron a iluminarse piedras de cristal azul, entonces de una de las paredes se abrió una puerta descubriendo un pasadizo estrecho iluminado en el techo de mas losas azules.  En las paredes, dibujos de antiguos dioses y otros seres mas parecidos a su especie, todo hecho de unas pulidas losas de Argamita dorada, al fondo vio unas escaleras que subían un tramo desembocando en otro pasadizo muy parecido al anterior, llego al final del segundo pasadizo cuando una puerta de piedra se abrió rápidamente hacia un lado, dando paso a una increíble sala de grandes columnas doradas llenas de símbolos.
             El techo era oscuro, tan negro como las sombras de la noche, parecía tener también dibujos tallados en su centro parecidos a los del pasadizo, protegidos por los lados con mas símbolos, justo enfrente suya había siete sillas de largos respaldos que subían afilados señalando el techo, una mesa ovalada era testigo del asombro de Liu-Zor, también parecían hechas de Argamita y justo detrás un gran ventanal brindaba a la sala con la tenue luz de Dakamoria. Allí, podría verse el transito de nuestra estrella madre, la cual ya se ocultaba tras el horizonte dando paso a un espectáculo de colores acompañado por las montañas bajas. Con sus  prados celestes y los tranquilos campos de Arnaceas con sus grandes troncos blancos y sus hojas anaranjadas chispeando, como cuando el penetrante sol del verano se refleja en los tranquilos ríos que bajan del norte.
A lo lejos, se veía la costa de Sagot, era una vista solo reservada para ojos de  dioses, y ahora ella podría ver y estar allí, sentir, y sentirse especial, era un lugar donde solo unos pocos podrían estar con el tiempo, solo los elegidos. Con el tiempo, seria un lugar donde se tomarían decisiones cruciales para Dakamoria.
Allí pasaría sola toda la noche, soñó, y tuvo tres revelaciones, los espíritus le hablaron en sus sueños. Allí estaba, Varanar, el primer padre, le habló, pero no percibía sonido alguno de su boca, solo un molesto pitido que cada vez se hacia más fuerte.
Al final, Varanar recogía pesadamente su larga túnica y con su cetro de mando golpeando el suelo, desapareciendo en un gran resplandor, el pitido entonces se apagó, y solo quedó un eco que al poco se disipó.
Tras el resplandor, pudo ver a unos seres azules en torno a una esfera de extraños colores.



Tenían grandes ojos de cuerpos alargados, extremadamente delgados, casi enfermos,  hablaban en un extraño dialecto, entonces fue cuando el zumbido volvió y aparecieron dos seres arrastrando de los pies a un Dakamoriano  que aullaba de miedo e intentaba agarrarse al suelo de espejo, haciéndose cortes en sus dedos dejando tras de sí un extraño dibujo simétrico de sangre azulada. Un tercer Dios–azul le apuntaba con una lanza de metal grisáceo con un cristal de luz azul en la punta, a pesar del zumbido, que se hizo mas intenso, seguía escuchando sus alaridos.
Uno de los dioses azules que rodeaban la esfera sintió su presencia y aulló descubriendo unos pequeños y amarillentos dientes afilados, transformándose su rostro en algo aun mas repulsivo, y moviéndose agitadamente como un depredador buscando a su presa, ladeando el cuerpo de un lado a otro y olisqueando hacia todas partes, aulló otra vez, esta vez mas fuerte.
Tuvo que acurrucarse por la intensidad del chillido del dios-azul, entonces la vio, y corrió tras ella dando grandes zancadas, Liu–Zor corrió, pero algo le impedía ir más deprisa, las piernas le pesaban cada vez más,  comenzó a sollozar y a gritar de desesperación, no podía terminar así, ella era una de los elegidos, ella era descendiente del linaje sagrado de Varanar, entonces despertó.
Postrada en una de las sillas, aun adormecida, vio su mano tocando un símbolo que estaba en uno de los lados de la silla, se incorporó deprisa como si estuviera tocando algo prohibido. La luz de la mañana iluminaba ya todo el valle y se apreciaban pequeños destellos de Argamita en la luz matutina que procedía de las puntas-de-flecha mas bajas.
—Un sacrificio —Pensó. —Los dioses siempre han necesitado y exigido de sacrificios, antiguamente es era la ley —Concluyó, convenciéndose así misma y zanjando el asunto.
Pero había tenido más sueños, pero algo, como una niebla en su cabeza le impedía ver mas, indispuesta, salió de la sala, bajo por los estrechos pasadizos ladeándose de un lado a otro viendo por momentos los grabados de las paredes que ahora parecían mostrarse ante ella con una claridad absoluta. A punto estuvo de vomitar y llegó a la sala central donde estaban la esfera blanca y los Golkarianos con sus túnicas blancas y sus armas esperando a su protegida, con los hechiceros trabajando en descifrar parte de los grabados de los pilares de cristal verde.
Vaciló un rato y se le acercó una de sus ayudantes y le ofreció un racimo de Voyavas azules, lo tomó sonriendo a la joven que no tendría más de trece lunas, vio a uno de los Golkarianos sonriendo también, evidentemente debía ser su padre.
Al medio día partirían hacia el asentamiento e informarían a Saman de todo lo que habían encontrado en las tierras bajas. Un grupo de ellos comandado por el padre de la joven que le había ofrecido el apreciado manjar azul, partirían hacia tierras mas bajas, más allá de los desfiladeros, en busca de más huellas de los dioses, ya nunca volverían a saber de ellos.


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